Por Carlos Manuel Cruz Meza


El cine gore, aquel que se regodea en la sangre y ofrece escenas de violencia explícita, ha aportado durante su aún corta historia algunas de las cintas más memorables del cine. Desde los zombies que en La noche de los muertos vivientes sembraban el terror a diestra y siniestra, hasta los baños de sangre adolescente a cargo de Freddy, Jason y Michael Myers, ocurridos en tantas noches de Viernes 13 y Halloween a la mitad de la Calle del Infierno.

La decadencia del cine porno en los setenta dio fuerza al gore y motivó, poco después, la aparición oficial del necrocine, que tiene en el snuff, el mondo y el sacrifice sus cumbres creativas. Cintas como Perro mundo, Trauma y Rasgos de muerte han consolidado ese subgénero que busca en la muerte real su fondo y su forma. Se dice que el snuff no existe; aún de ser así, encontramos al menos esa opción bizarra que es la filmación de muertes accidentales, homicidios y suicidios.
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Existe una versión anterior de La Cosa, producida en los cincuenta y que presentaba a una criatura muy parecida a un monstruo de Frankenstein cabezón.

En esta nueva versión, encontramos referencias de corte freudiano, y la alusión al desconocimiento del Otro y aún del Yo. En palabras de Borges: no sabemos cómo es nuestro rostro ante los ojos de Dios.
La otredad es el principal punto de interés en el planteamiento de esta cinta. Si el engendro metamorfo nos aterroriza es, más que nada, porque no sabemos cómo es; de allí el tratamiento de “Cosa”. En este sentido, se trata de uno de los monstruos más interesantes del cine, ya que, a diferencia del ente de Alien, su forma nunca es la misma.

Ante estas dudas, la noción de identidad se hace polvo. El “yo soy el otro” toma las riendas.

Para los expedicionarios, se trata de un enemigo a vencer. Pero la Cosa es, como Alien, un monstruo eminentemente darwiniano. Su principal interés no es matar, sino sobrevivir. Para Alien, se trata de un ciclo perpetuo de comer y reproducirse, similar al cachondo personaje de Syl en Especies. Para la Cosa, es la reproducción per se. Es un ente que busca perpetuar su material genético imitando el material genético de otras especies. Camaleónica, la Cosa utiliza además un recurso que muestra lo avanzado de su nivel en el Universo: la reproducción asexual. Se limita a asimilar a sus presas; cierto que podríamos hablar de agresivas penetraciones, sobre todo con los rojos tentáculos que recuerdan una suerte de monstruosos penes (un poco como la cabeza con forma fálica de Alien), pero se trata de una penetración ritual.

Carpenter enfatiza la faceta violatoria de la Cosa en el hecho de que en la película no aparecen mujeres. Son los hombres quienes sufren esta penetración ritual y simbólica, quienes son literalmente poseídos por un monstruo que, en una grotesca parodia del embarazo, se concibe a sí mismo a la imagen y semejanza de ellos. En cierto sentido, la Cosa es un Dios que, a través de sus criaturas, logre eternizarse.
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Destaca en esta película la conclusión, que no obedece al típico happy end estadounidense. En un final alternativo, la cinta termina como empezó: con un perro corriendo a través de la nieve. Una imagen que se ha convertido ya en un referente obligado del cine de terror.
Estrenada en 1982, una semana después que E.T. el extraterrestre, La cosa del otro mundo es una de las mejores cintas de terror que se hayan filmado. Presenta la única actuación convincente de Kurt Russell (el famoso Snake de Escape de Nueva York) y, desde su exhibición hace más de veinte años, nunca ha sido repuesta. La actual versión en DVD está además remasterizada y cuenta con algunas escenas adicionales.
1 comentario:
Miré esta película hace pocos días luego de años de no hacerlo y la verdad es que no ha perdido ni tantito de fuerza, es una chingona obra maestra. Me pregunto qué le pasó al buen John Carpenter, pues de ser genial, pasó de un momento a otro y sin escalas a hacer mamadas. Según yo, su última buena película fue "Starman" y a partir de "Big Trouble en Little China" valió madres, cual si fuese otro; capaz que un espíritu maligno se apoderó de él.
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