Por Carlos Manuel Cruz Meza
El cine gore, aquel que se regodea en la sangre y ofrece escenas de violencia explícita, ha aportado durante su aún corta historia algunas de las cintas más memorables del cine. Desde los zombies que en La noche de los muertos vivientes sembraban el terror a diestra y siniestra, hasta los baños de sangre adolescente a cargo de Freddy, Jason y Michael Myers, ocurridos en tantas noches de Viernes 13 y Halloween a la mitad de la Calle del Infierno.
Otros directores han visitado el gore desde géneros distintos al terror. Quentin Tarantino lo incorpora en Tiempos violentos y sobre todo en Kill Bill; Stanley Kubrick hace lo propio en El resplandor, y aún el maniqueo Steven Spielberg lo ofrece en su belicista Rescatando al soldado Ryan. Ni hablar de Guillermo del Toro en Cronos, Arturo Ripstein en Profundo carmesí y Alejandro González Iñárritu en Amores perros, donde hacen uso de un soft gore muy efectivo.
La decadencia del cine porno en los setenta dio fuerza al gore y motivó, poco después, la aparición oficial del necrocine, que tiene en el snuff, el mondo y el sacrifice sus cumbres creativas. Cintas como Perro mundo, Trauma y Rasgos de muerte han consolidado ese subgénero que busca en la muerte real su fondo y su forma. Se dice que el snuff no existe; aún de ser así, encontramos al menos esa opción bizarra que es la filmación de muertes accidentales, homicidios y suicidios.
El cine de terror en general y el cine gore y splatter en particular, retoman dentro de sus temáticas, imágenes y recurrencias, ciertas preguntas que han inquietado a la Humanidad desde sus albores. La cosa del otro mundo de John Carpenter es un ejemplo muy claro.
Existe una versión anterior de La Cosa, producida en los cincuenta y que presentaba a una criatura muy parecida a un monstruo de Frankenstein cabezón. Esa cinta ha sido olvidada, pues desvirtuaba el concepto original del cuento de John W. Campbell jr., “¿Quién está ahí?”, en el que las dos cintas se basaron.
En esta nueva versión, encontramos referencias de corte freudiano, y la alusión al desconocimiento del Otro y aún del Yo. En palabras de Borges: no sabemos cómo es nuestro rostro ante los ojos de Dios.
La otredad es el principal punto de interés en el planteamiento de esta cinta. Si el engendro metamorfo nos aterroriza es, más que nada, porque no sabemos cómo es; de allí el tratamiento de “Cosa”. En este sentido, se trata de uno de los monstruos más interesantes del cine, ya que, a diferencia del ente de Alien, su forma nunca es la misma.
Desde esta perspectiva, el problema de eliminar al monstruo se vuelve secundario frente a la urgencia de detectarlo. Puede ser todos o ninguno de los integrantes de la expedición. Incluso, todos los involucrados no tienen la certeza de saber ellos mismos si son humanos o no, dadas las características fisiológicas del intruso. Dudan de sí mismos y de su estado de conciencia. Se preguntan: “¿Sabría yo si el monstruo me hubiese asimilado?”. Y peor aún: “¿Qué pasaría si todos fuesen monstruos, menos yo?”. Ante esta duda, la explosión paranoide afecta a todos. Desconfían de los demás pero, peor aún, desconfían de sí mismos. Paranoia y otredad; ingredientes de la mejor xenofobia.
Ante estas dudas, la noción de identidad se hace polvo. El “yo soy el otro” toma las riendas. ¿Quién es más peligroso ante esta situación de emergencia: el extraño alienígena o los compañeros paranoicos? La Cosa divide y vence. Su mayor poder no estriba en aterrorizar solamente con su aspecto, de por sí repulsivo, sino con su capacidad polimorfa. Consigue minar los cimientos de las relaciones humanas y aún la visión del propio Yo freudiano.
Para los expedicionarios, se trata de un enemigo a vencer. Pero la Cosa es, como Alien, un monstruo eminentemente darwiniano. Su principal interés no es matar, sino sobrevivir. Para Alien, se trata de un ciclo perpetuo de comer y reproducirse, similar al cachondo personaje de Syl en Especies. Para la Cosa, es la reproducción per se. Es un ente que busca perpetuar su material genético imitando el material genético de otras especies. Camaleónica, la Cosa utiliza además un recurso que muestra lo avanzado de su nivel en el Universo: la reproducción asexual. Se limita a asimilar a sus presas; cierto que podríamos hablar de agresivas penetraciones, sobre todo con los rojos tentáculos que recuerdan una suerte de monstruosos penes (un poco como la cabeza con forma fálica de Alien), pero se trata de una penetración ritual. En una escena, la Cosa baña a un perro con chorros de un líquido que remite al semen; más adelante, nos damos cuenta que este líquido es también parte del monstruo y sirve como vehículo para invadir la anatomía ajena. Como el semen, contiene suficiente carga genética para apoderarse de un cuerpo completo y transmitir su DNA. La Cosa es el futuro de las especies, quizás un espécimen más avanzado en la escala evolutiva que el agresivo Alien. Es el monstruo definitivo, porque se convierte en nosotros mismos, y porque nosotros no sabemos si, agazapada entre nuestro DNA, se esconde o no una bestia.
Carpenter enfatiza la faceta violatoria de la Cosa en el hecho de que en la película no aparecen mujeres. Son los hombres quienes sufren esta penetración ritual y simbólica, quienes son literalmente poseídos por un monstruo que, en una grotesca parodia del embarazo, se concibe a sí mismo a la imagen y semejanza de ellos. En cierto sentido, la Cosa es un Dios que, a través de sus criaturas, logre eternizarse. Carpenter juega con diferentes miedos presentes en el ser humano: el miedo a la soledad en el aislamiento a que están sometidos los integrantes de la expedición; el miedo a los extranjeros en la presencia de un extraterrestre y en los comentarios sobre el campamento noruego; el miedo al propio Yo en la clonación realizada por la Cosa; el miedo al sexo en la ausencia de mujeres y la presencia de un monstruo lleno de protuberancias; el miedo a la sangre en el aspecto del engendro; y el miedo a diferentes especies animales (arácnidos, cánidos, etc.), en los componentes que la Cosa va asimilando y las formas que va tomando.
Destaca en esta película la conclusión, que no obedece al típico happy end estadounidense. En un final alternativo, la cinta termina como empezó: con un perro corriendo a través de la nieve. Una imagen que se ha convertido ya en un referente obligado del cine de terror.
Estrenada en 1982, una semana después que E.T. el extraterrestre, La cosa del otro mundo es una de las mejores cintas de terror que se hayan filmado. Presenta la única actuación convincente de Kurt Russell (el famoso Snake de Escape de Nueva York) y, desde su exhibición hace más de veinte años, nunca ha sido repuesta. La actual versión en DVD está además remasterizada y cuenta con algunas escenas adicionales.
1 comentario:
Miré esta película hace pocos días luego de años de no hacerlo y la verdad es que no ha perdido ni tantito de fuerza, es una chingona obra maestra. Me pregunto qué le pasó al buen John Carpenter, pues de ser genial, pasó de un momento a otro y sin escalas a hacer mamadas. Según yo, su última buena película fue "Starman" y a partir de "Big Trouble en Little China" valió madres, cual si fuese otro; capaz que un espíritu maligno se apoderó de él.
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