Mujeres en el Cine
martes, 11 de diciembre de 2007
viernes, 7 de diciembre de 2007
La Silla del Director
La Cosa del Otro Mundo
Otros directores han visitado el gore desde géneros distintos al terror. Quentin Tarantino lo incorpora en Tiempos violentos y sobre todo en Kill Bill; Stanley Kubrick hace lo propio en El resplandor, y aún el maniqueo Steven Spielberg lo ofrece en su belicista Rescatando al soldado Ryan. Ni hablar de Guillermo del Toro en Cronos, Arturo Ripstein en Profundo carmesí y Alejandro González Iñárritu en Amores perros, donde hacen uso de un soft gore muy efectivo.
La decadencia del cine porno en los setenta dio fuerza al gore y motivó, poco después, la aparición oficial del necrocine, que tiene en el snuff, el mondo y el sacrifice sus cumbres creativas. Cintas como Perro mundo, Trauma y Rasgos de muerte han consolidado ese subgénero que busca en la muerte real su fondo y su forma. Se dice que el snuff no existe; aún de ser así, encontramos al menos esa opción bizarra que es la filmación de muertes accidentales, homicidios y suicidios.
El cine de terror en general y el cine gore y splatter en particular, retoman dentro de sus temáticas, imágenes y recurrencias, ciertas preguntas que han inquietado a la Humanidad desde sus albores. La cosa del otro mundo de John Carpenter es un ejemplo muy claro.
Existe una versión anterior de La Cosa, producida en los cincuenta y que presentaba a una criatura muy parecida a un monstruo de Frankenstein cabezón. Esa cinta ha sido olvidada, pues desvirtuaba el concepto original del cuento de John W. Campbell jr., “¿Quién está ahí?”, en el que las dos cintas se basaron.
En esta nueva versión, encontramos referencias de corte freudiano, y la alusión al desconocimiento del Otro y aún del Yo. En palabras de Borges: no sabemos cómo es nuestro rostro ante los ojos de Dios.
La otredad es el principal punto de interés en el planteamiento de esta cinta. Si el engendro metamorfo nos aterroriza es, más que nada, porque no sabemos cómo es; de allí el tratamiento de “Cosa”. En este sentido, se trata de uno de los monstruos más interesantes del cine, ya que, a diferencia del ente de Alien, su forma nunca es la misma.
Desde esta perspectiva, el problema de eliminar al monstruo se vuelve secundario frente a la urgencia de detectarlo. Puede ser todos o ninguno de los integrantes de la expedición. Incluso, todos los involucrados no tienen la certeza de saber ellos mismos si son humanos o no, dadas las características fisiológicas del intruso. Dudan de sí mismos y de su estado de conciencia. Se preguntan: “¿Sabría yo si el monstruo me hubiese asimilado?”. Y peor aún: “¿Qué pasaría si todos fuesen monstruos, menos yo?”. Ante esta duda, la explosión paranoide afecta a todos. Desconfían de los demás pero, peor aún, desconfían de sí mismos. Paranoia y otredad; ingredientes de la mejor xenofobia.
Ante estas dudas, la noción de identidad se hace polvo. El “yo soy el otro” toma las riendas. ¿Quién es más peligroso ante esta situación de emergencia: el extraño alienígena o los compañeros paranoicos? La Cosa divide y vence. Su mayor poder no estriba en aterrorizar solamente con su aspecto, de por sí repulsivo, sino con su capacidad polimorfa. Consigue minar los cimientos de las relaciones humanas y aún la visión del propio Yo freudiano.
Para los expedicionarios, se trata de un enemigo a vencer. Pero la Cosa es, como Alien, un monstruo eminentemente darwiniano. Su principal interés no es matar, sino sobrevivir. Para Alien, se trata de un ciclo perpetuo de comer y reproducirse, similar al cachondo personaje de Syl en Especies. Para la Cosa, es la reproducción per se. Es un ente que busca perpetuar su material genético imitando el material genético de otras especies. Camaleónica, la Cosa utiliza además un recurso que muestra lo avanzado de su nivel en el Universo: la reproducción asexual. Se limita a asimilar a sus presas; cierto que podríamos hablar de agresivas penetraciones, sobre todo con los rojos tentáculos que recuerdan una suerte de monstruosos penes (un poco como la cabeza con forma fálica de Alien), pero se trata de una penetración ritual. En una escena, la Cosa baña a un perro con chorros de un líquido que remite al semen; más adelante, nos damos cuenta que este líquido es también parte del monstruo y sirve como vehículo para invadir la anatomía ajena. Como el semen, contiene suficiente carga genética para apoderarse de un cuerpo completo y transmitir su DNA. La Cosa es el futuro de las especies, quizás un espécimen más avanzado en la escala evolutiva que el agresivo Alien. Es el monstruo definitivo, porque se convierte en nosotros mismos, y porque nosotros no sabemos si, agazapada entre nuestro DNA, se esconde o no una bestia.
Carpenter enfatiza la faceta violatoria de la Cosa en el hecho de que en la película no aparecen mujeres. Son los hombres quienes sufren esta penetración ritual y simbólica, quienes son literalmente poseídos por un monstruo que, en una grotesca parodia del embarazo, se concibe a sí mismo a la imagen y semejanza de ellos. En cierto sentido, la Cosa es un Dios que, a través de sus criaturas, logre eternizarse. Carpenter juega con diferentes miedos presentes en el ser humano: el miedo a la soledad en el aislamiento a que están sometidos los integrantes de la expedición; el miedo a los extranjeros en la presencia de un extraterrestre y en los comentarios sobre el campamento noruego; el miedo al propio Yo en la clonación realizada por la Cosa; el miedo al sexo en la ausencia de mujeres y la presencia de un monstruo lleno de protuberancias; el miedo a la sangre en el aspecto del engendro; y el miedo a diferentes especies animales (arácnidos, cánidos, etc.), en los componentes que la Cosa va asimilando y las formas que va tomando.
Destaca en esta película la conclusión, que no obedece al típico happy end estadounidense. En un final alternativo, la cinta termina como empezó: con un perro corriendo a través de la nieve. Una imagen que se ha convertido ya en un referente obligado del cine de terror.
Estrenada en 1982, una semana después que E.T. el extraterrestre, La cosa del otro mundo es una de las mejores cintas de terror que se hayan filmado. Presenta la única actuación convincente de Kurt Russell (el famoso Snake de Escape de Nueva York) y, desde su exhibición hace más de veinte años, nunca ha sido repuesta. La actual versión en DVD está además remasterizada y cuenta con algunas escenas adicionales.
Por Carlos Manuel Cruz Meza
El cine gore, aquel que se regodea en la sangre y ofrece escenas de violencia explícita, ha aportado durante su aún corta historia algunas de las cintas más memorables del cine. Desde los zombies que en La noche de los muertos vivientes sembraban el terror a diestra y siniestra, hasta los baños de sangre adolescente a cargo de Freddy, Jason y Michael Myers, ocurridos en tantas noches de Viernes 13 y Halloween a la mitad de la Calle del Infierno.
Otros directores han visitado el gore desde géneros distintos al terror. Quentin Tarantino lo incorpora en Tiempos violentos y sobre todo en Kill Bill; Stanley Kubrick hace lo propio en El resplandor, y aún el maniqueo Steven Spielberg lo ofrece en su belicista Rescatando al soldado Ryan. Ni hablar de Guillermo del Toro en Cronos, Arturo Ripstein en Profundo carmesí y Alejandro González Iñárritu en Amores perros, donde hacen uso de un soft gore muy efectivo.
La decadencia del cine porno en los setenta dio fuerza al gore y motivó, poco después, la aparición oficial del necrocine, que tiene en el snuff, el mondo y el sacrifice sus cumbres creativas. Cintas como Perro mundo, Trauma y Rasgos de muerte han consolidado ese subgénero que busca en la muerte real su fondo y su forma. Se dice que el snuff no existe; aún de ser así, encontramos al menos esa opción bizarra que es la filmación de muertes accidentales, homicidios y suicidios.
El cine de terror en general y el cine gore y splatter en particular, retoman dentro de sus temáticas, imágenes y recurrencias, ciertas preguntas que han inquietado a la Humanidad desde sus albores. La cosa del otro mundo de John Carpenter es un ejemplo muy claro.
Existe una versión anterior de La Cosa, producida en los cincuenta y que presentaba a una criatura muy parecida a un monstruo de Frankenstein cabezón. Esa cinta ha sido olvidada, pues desvirtuaba el concepto original del cuento de John W. Campbell jr., “¿Quién está ahí?”, en el que las dos cintas se basaron.
En esta nueva versión, encontramos referencias de corte freudiano, y la alusión al desconocimiento del Otro y aún del Yo. En palabras de Borges: no sabemos cómo es nuestro rostro ante los ojos de Dios.
La otredad es el principal punto de interés en el planteamiento de esta cinta. Si el engendro metamorfo nos aterroriza es, más que nada, porque no sabemos cómo es; de allí el tratamiento de “Cosa”. En este sentido, se trata de uno de los monstruos más interesantes del cine, ya que, a diferencia del ente de Alien, su forma nunca es la misma.
Desde esta perspectiva, el problema de eliminar al monstruo se vuelve secundario frente a la urgencia de detectarlo. Puede ser todos o ninguno de los integrantes de la expedición. Incluso, todos los involucrados no tienen la certeza de saber ellos mismos si son humanos o no, dadas las características fisiológicas del intruso. Dudan de sí mismos y de su estado de conciencia. Se preguntan: “¿Sabría yo si el monstruo me hubiese asimilado?”. Y peor aún: “¿Qué pasaría si todos fuesen monstruos, menos yo?”. Ante esta duda, la explosión paranoide afecta a todos. Desconfían de los demás pero, peor aún, desconfían de sí mismos. Paranoia y otredad; ingredientes de la mejor xenofobia.
Ante estas dudas, la noción de identidad se hace polvo. El “yo soy el otro” toma las riendas. ¿Quién es más peligroso ante esta situación de emergencia: el extraño alienígena o los compañeros paranoicos? La Cosa divide y vence. Su mayor poder no estriba en aterrorizar solamente con su aspecto, de por sí repulsivo, sino con su capacidad polimorfa. Consigue minar los cimientos de las relaciones humanas y aún la visión del propio Yo freudiano.
Para los expedicionarios, se trata de un enemigo a vencer. Pero la Cosa es, como Alien, un monstruo eminentemente darwiniano. Su principal interés no es matar, sino sobrevivir. Para Alien, se trata de un ciclo perpetuo de comer y reproducirse, similar al cachondo personaje de Syl en Especies. Para la Cosa, es la reproducción per se. Es un ente que busca perpetuar su material genético imitando el material genético de otras especies. Camaleónica, la Cosa utiliza además un recurso que muestra lo avanzado de su nivel en el Universo: la reproducción asexual. Se limita a asimilar a sus presas; cierto que podríamos hablar de agresivas penetraciones, sobre todo con los rojos tentáculos que recuerdan una suerte de monstruosos penes (un poco como la cabeza con forma fálica de Alien), pero se trata de una penetración ritual. En una escena, la Cosa baña a un perro con chorros de un líquido que remite al semen; más adelante, nos damos cuenta que este líquido es también parte del monstruo y sirve como vehículo para invadir la anatomía ajena. Como el semen, contiene suficiente carga genética para apoderarse de un cuerpo completo y transmitir su DNA. La Cosa es el futuro de las especies, quizás un espécimen más avanzado en la escala evolutiva que el agresivo Alien. Es el monstruo definitivo, porque se convierte en nosotros mismos, y porque nosotros no sabemos si, agazapada entre nuestro DNA, se esconde o no una bestia.
Carpenter enfatiza la faceta violatoria de la Cosa en el hecho de que en la película no aparecen mujeres. Son los hombres quienes sufren esta penetración ritual y simbólica, quienes son literalmente poseídos por un monstruo que, en una grotesca parodia del embarazo, se concibe a sí mismo a la imagen y semejanza de ellos. En cierto sentido, la Cosa es un Dios que, a través de sus criaturas, logre eternizarse. Carpenter juega con diferentes miedos presentes en el ser humano: el miedo a la soledad en el aislamiento a que están sometidos los integrantes de la expedición; el miedo a los extranjeros en la presencia de un extraterrestre y en los comentarios sobre el campamento noruego; el miedo al propio Yo en la clonación realizada por la Cosa; el miedo al sexo en la ausencia de mujeres y la presencia de un monstruo lleno de protuberancias; el miedo a la sangre en el aspecto del engendro; y el miedo a diferentes especies animales (arácnidos, cánidos, etc.), en los componentes que la Cosa va asimilando y las formas que va tomando.
Destaca en esta película la conclusión, que no obedece al típico happy end estadounidense. En un final alternativo, la cinta termina como empezó: con un perro corriendo a través de la nieve. Una imagen que se ha convertido ya en un referente obligado del cine de terror.
Estrenada en 1982, una semana después que E.T. el extraterrestre, La cosa del otro mundo es una de las mejores cintas de terror que se hayan filmado. Presenta la única actuación convincente de Kurt Russell (el famoso Snake de Escape de Nueva York) y, desde su exhibición hace más de veinte años, nunca ha sido repuesta. La actual versión en DVD está además remasterizada y cuenta con algunas escenas adicionales.
jueves, 6 de diciembre de 2007
Estrenando
La Isla de la Juventud
La Isla de la Juventud es un viaje íntimo y conmovedor, nos transporta a un enigmático lugar, promesa revolucionaria del paraíso terrenal. Mediante la memoria colectiva de sus viejitos, explora los sueños y derrotas de sus habitantes, constituyendo un homenaje a los comprometidos con la esperanza de un mejor futuro.
Cuba más que una Isla es un archipiélago. Éste constituido por la Isla grande, que es la que se conoce con su perfil de caimán al acecho sobre el mar; otra mucho más pequeña, llamada la Isla de la Juventud y centenares de cayos e islotes de singular belleza.
La Isla de la Juventud que tiene una superficie de 2397 km2, es lo más parecido al paraíso terrenal. Se encuentra a un centenar de kilómetros del surgidero de Batabanó, que es el puerto que la comunica por agua con el resto del país.
El esplendor natural de ésta Isla, y su ubicación estratégica, ha sido motivo de discordias internacionales, y alimentó la inspiración de historias de bandidos y piratas. Pese a la cercanía de la Isla de la Juventud con la isla madre, la construcción del Presidio Modelo a principios del siglo XX (1926), (concebido como un conjunto de fortalezas circulares) contribuyó a dotarla con un falso prestigio de terror y sufrimiento.
Sin embargo, tiempo después, la Revolución socialista quiso establecer ahí un emporio para la educación y formación de jóvenes del tercer mundo.
Los habitantes de la actual Isla de la Juventud, (antes conocida como Isla de las Cotorras o Isla de Pinos) conservan hoy en día muchas de sus características ancestrales y recibieron muestras del impulso transformador de la Revolución(1959).
Estos pobladores continúan siendo sencillos y afables. Se saben pertenecientes a un país mayor al que, sin embargo, sienten diferente. Cuando se pregunta por alguien que está ausente se nos responde “Se fue a Cuba”.
Se trata de un documental sobre La Isla de la Juventud, que es sede de las Fiestas Pineras: cúmulo de expresión juvenil y algarabía cubana. Estas fiestas son la celebración y el medio para que la expresión, desde un nivel cultural y social, tenga un canal donde posarse. Empero, como todo lo que empieza termina y después de cuatro o cinco días de desfogue y alegría, todo vuelve a la normalidad. Pero ¿Qué es la normalidad para ésta Isla? ¿Cuál es el quehacer y la preocupación cotidiana de su gente? ¿Acaso la monotonía y el sin sentido los rige como en diversos pueblos del mundo?... Estas fiestas serán la puerta que nos permita adentrarnos en un lugar que encierra simultáneamente, misterios luminosos y sueños truncados.
“La Isla de la Juventud” es un documento visual basado en el relato de los pobladores, de los viejos (los que se quedaron), de los que apoyaron la reforma educativa, de las construcciones y el paisaje (la isla); protagonistas todos de esa etapa de sueños y transición.
Una película que vaya más allá del recuento histórico o del documento didáctico. Una exploración por la memoria colectiva en torno a los sueños, las expectativas, las derrotas de cada personaje.
Intentar comprender una época pasada y el proceso histórico para poder leer mejor lo que ha traído, como consecuencia, en el presente. El rescate de la memoria de los ancianos como una manera de sanar las heridas y tomar conciencia al construir nuestro futuro.
¿Qué extraña razón provoca que en medio del paraíso, algunos isleños, sobre todo los más viejos, decidan acabar con sus vidas, convirtiendo las entrañas de éste en un dantesco círculo del infierno? Quizás el abandono, la decadencia o la apatía, producto de la falta del sentido de la vida, sean algunas de las respuestas que estén escondidas en este enigmático rincón del Caribe.
“Tal vez el ser humano llegue a considerar que la rutina es una prisión de la que solamente hay un escape: la fuga definitiva.”
La Isla de la Juventud, pese a ser lo más parecido a un paraíso, es una tierra olvidada para gran parte del mundo; pedazo de tierra y vida que clama por ser escuchado, luchar contra el olvido.
Esta isla en un principio representaba a sus habitantes el estímulo que una aspiración o un sueño necesita. No obstante, al paso del tiempo, el desequilibrio en la balanza (fracaso del proyecto social, entre otras cosas) hizo que estos seres poco a poco fueran dejando de lado sus ideales y por lo tanto, su esperanza.
Sus habitantes, al paso del tiempo van depositando sus ilusiones en un viaje a la Isla mayor (La Habana), que lleva a los jóvenes a abandonar a sus familias para poder ayudarlos a distancia. Muchos de ellos no regresan, tal vez porque prefieren no mirar aquella tierra que una vez prometió una mejor calidad de vida.
Aquí está la esencia de lo que actualmente un segmento de Cuba encierra.
“...quedamos los que puedan sonreír
en medio de la muerte, en plena luz
en plena luz, en plena luz...”
Silvio Rodríguez
La Isla de la Juventud es un viaje íntimo y conmovedor, nos transporta a un enigmático lugar, promesa revolucionaria del paraíso terrenal. Mediante la memoria colectiva de sus viejitos, explora los sueños y derrotas de sus habitantes, constituyendo un homenaje a los comprometidos con la esperanza de un mejor futuro.
Cuba más que una Isla es un archipiélago. Éste constituido por la Isla grande, que es la que se conoce con su perfil de caimán al acecho sobre el mar; otra mucho más pequeña, llamada la Isla de la Juventud y centenares de cayos e islotes de singular belleza.
La Isla de la Juventud que tiene una superficie de 2397 km2, es lo más parecido al paraíso terrenal. Se encuentra a un centenar de kilómetros del surgidero de Batabanó, que es el puerto que la comunica por agua con el resto del país.
El esplendor natural de ésta Isla, y su ubicación estratégica, ha sido motivo de discordias internacionales, y alimentó la inspiración de historias de bandidos y piratas. Pese a la cercanía de la Isla de la Juventud con la isla madre, la construcción del Presidio Modelo a principios del siglo XX (1926), (concebido como un conjunto de fortalezas circulares) contribuyó a dotarla con un falso prestigio de terror y sufrimiento.
Sin embargo, tiempo después, la Revolución socialista quiso establecer ahí un emporio para la educación y formación de jóvenes del tercer mundo.
Los habitantes de la actual Isla de la Juventud, (antes conocida como Isla de las Cotorras o Isla de Pinos) conservan hoy en día muchas de sus características ancestrales y recibieron muestras del impulso transformador de la Revolución(1959).
Estos pobladores continúan siendo sencillos y afables. Se saben pertenecientes a un país mayor al que, sin embargo, sienten diferente. Cuando se pregunta por alguien que está ausente se nos responde “Se fue a Cuba”.
Se trata de un documental sobre La Isla de la Juventud, que es sede de las Fiestas Pineras: cúmulo de expresión juvenil y algarabía cubana. Estas fiestas son la celebración y el medio para que la expresión, desde un nivel cultural y social, tenga un canal donde posarse. Empero, como todo lo que empieza termina y después de cuatro o cinco días de desfogue y alegría, todo vuelve a la normalidad. Pero ¿Qué es la normalidad para ésta Isla? ¿Cuál es el quehacer y la preocupación cotidiana de su gente? ¿Acaso la monotonía y el sin sentido los rige como en diversos pueblos del mundo?... Estas fiestas serán la puerta que nos permita adentrarnos en un lugar que encierra simultáneamente, misterios luminosos y sueños truncados.
“La Isla de la Juventud” es un documento visual basado en el relato de los pobladores, de los viejos (los que se quedaron), de los que apoyaron la reforma educativa, de las construcciones y el paisaje (la isla); protagonistas todos de esa etapa de sueños y transición.
Una película que vaya más allá del recuento histórico o del documento didáctico. Una exploración por la memoria colectiva en torno a los sueños, las expectativas, las derrotas de cada personaje.
Intentar comprender una época pasada y el proceso histórico para poder leer mejor lo que ha traído, como consecuencia, en el presente. El rescate de la memoria de los ancianos como una manera de sanar las heridas y tomar conciencia al construir nuestro futuro.
¿Qué extraña razón provoca que en medio del paraíso, algunos isleños, sobre todo los más viejos, decidan acabar con sus vidas, convirtiendo las entrañas de éste en un dantesco círculo del infierno? Quizás el abandono, la decadencia o la apatía, producto de la falta del sentido de la vida, sean algunas de las respuestas que estén escondidas en este enigmático rincón del Caribe.
“Tal vez el ser humano llegue a considerar que la rutina es una prisión de la que solamente hay un escape: la fuga definitiva.”
La Isla de la Juventud, pese a ser lo más parecido a un paraíso, es una tierra olvidada para gran parte del mundo; pedazo de tierra y vida que clama por ser escuchado, luchar contra el olvido.
Esta isla en un principio representaba a sus habitantes el estímulo que una aspiración o un sueño necesita. No obstante, al paso del tiempo, el desequilibrio en la balanza (fracaso del proyecto social, entre otras cosas) hizo que estos seres poco a poco fueran dejando de lado sus ideales y por lo tanto, su esperanza.
Sus habitantes, al paso del tiempo van depositando sus ilusiones en un viaje a la Isla mayor (La Habana), que lleva a los jóvenes a abandonar a sus familias para poder ayudarlos a distancia. Muchos de ellos no regresan, tal vez porque prefieren no mirar aquella tierra que una vez prometió una mejor calidad de vida.
Aquí está la esencia de lo que actualmente un segmento de Cuba encierra.
“...quedamos los que puedan sonreír
en medio de la muerte, en plena luz
en plena luz, en plena luz...”
Silvio Rodríguez
martes, 27 de noviembre de 2007
Fotukas
El Terror en el Cine
Diseño de Mondi
"Postal para el festival en Corto de Puebla, yo escogí el tema del Terror y me basé en el autor Lovecraft para hacer mi dibujo".
"Postal para el festival en Corto de Puebla, yo escogí el tema del Terror y me basé en el autor Lovecraft para hacer mi dibujo".
Tomada prestada de:
http://www.flickr.com/photos/mondi
http://www.flickr.com/photos/mondi
domingo, 25 de noviembre de 2007
La Silla del Director
May
Por Carlos Manuel Cruz MezaLa película May es una de las fábulas bizarras más enfermizas. Aunque quizás su aspecto repulsivo provenga precisamente de su alejamiento del horror convencional. Fácil es contemplar cintas que convierten la pantalla en baños de sangre y mutilación, con asesinos indestructibles que poco o nada tienen en común con los verdaderos terrores de la realidad. Cinta multipremiada en festivales europeos, se trata de una joyita incomprendida. May es una chica cuyo padecimiento ocular la convierte en una freak. No es una joven fea, pero ella se considera a sí misma deforme. Su postura, sus gestos, su voz, sus conductas, contribuyen a hacerla aún más rara. Despreciada desde la niñez por padres y amigos, aprende rápidamente que ella es, en un sentido negativo, diferente a los demás. Si el insufrible psiquiatra enano de Ese oscuro objeto del deseo de Buñuel mostraba la superioridad intelectual contenida en un cuerpo deforme, May alude a la discapacidad emocional transformada en psicopatía. May graba en su subconsciente la frase que su madre le espeta de niña: “si no tienes amigos, siempre puedes crear uno”. La metáfora es sencilla, pero May la toma de manera literal. Todos creamos amigos, los fabricamos y construimos ese espejismo llamado amistad; pero May es incapaz de ver al mundo en forma abstracta. Para ella, todo es inmediato, su impresión del universo es en blanco y negro, bueno o malo, amigos o enemigos. Eso define su inestabilidad mental. La personalidad de May es la de una chica que clama por atención y cariño, pero es incapaz de brindarlo. Se trata de una mujer camaleónica, una vampira sentimental, una minusválida emocional. Lo mismo se adapta a los aires de niño terrible del chico cuyas manos le obsesionan, que al desbordado erotismo de la atractiva lesbiana con quien labora, que a la compulsión de comer dulces del punk que conoce en una banca en la calle. May se metamorfosea a cada momento. Uno de sus disfraces es el de buena samaritana. Quiere ayudar a todos: a los animales en la veterinaria donde trabaja; a los niños ciegos en el centro de rehabilitación al que acude como voluntaria; a su compañera de trabajo, quien no entiende el idioma de su jefe. Pero siempre queda mal y además descubre que los demás son todo, menos víctimas indefensas: la mezquindad es patente en todos y cada uno de ellos, y está muy remarcada en la escena donde los niños ciegos se convierten en victimarios al destruir la posesión más preciada de May. No hay en esos infantes espantosos ningún signo de piedad o empatía; atacan con crueldad (la crueldad inherente a los niños) y hacen lo que mejor saben: destruir. Los chicos ciegos desquitan su frustración y su resentimiento con quien los ayuda, devoran a la madre simbólica, ante la mirada cómplice de los retrasados mentales y los otros cuidadores. Cuando niña, May recibe un regalo de su madre: una macabra muñeca encerrada en una caja de cristal. A medida que la película transcurre, nos damos cuenta que esa figura de porcelana representa la psique de May. Con ella habla, a ella le pide consejos, la maltrata y encierra en un clóset, la culpa por lo que le sucede. Y, al tiempo que su mente se va deteriorando cada vez más, el cristal que encierra a la muñeca se va astillando. Cuando la muñeca es destruida por los niños ciegos, lo que ellos realmente destruyen en un sangriento ritual es el último rastro de cordura de la chica. Desde ese instante, May se desploma en el abismo de la demencia: asesina a su gato pero lo conserva a su lado, primero rociándolo con desodorante para eliminar el mal olor y luego guardándolo en el congelador; sufre ataques de ira cuando se encuentra sola; la frase dicha por su madre en su infancia estalla en su pensamiento; y finalmente, concibe la idea homicida que pone pináculo a la película. Pero el plan de May, ejecutado en la Noche de Brujas, carece de encanto y se convierte en un acto desprovisto de pasión, aún de pasión asesina. May recopila partes de cuerpos intentando aprisionar lo mejor que los demás tienen, se construye un muñeco formado de retazos de los cadáveres de todos aquellos que alguna vez la rechazaron, pero lo que queda al final es un guiñapo, una horrenda simulación perecedera. May entonces hace un sacrificio que es también un alivio: regala uno de sus ojos para que el esperpento pueda “ver” y se desploma, ensangrentada, a su lado. Simbólicamente, se ha despojado de aquello que la hacía tan extraña ante la mirada de los demás pero, al mismo tiempo, se ha convertido en un fenómeno aún más detestable. Y sobre el pecho de su bizarra creación, de nuevo es una niña que ruega por una caricia, por atención, por un poco de ternura. La toma final de la película nos muestra al monigote estirando su mano cosida para acariciar el cabello de May, y entonces sabemos que el último resquicio de cordura se ha apagado, que no hay tal caricia de ese Frankenstein posmoderno, y que la mente de esa chica que se solaza en la automutilación y la autoflagelación se ha colapsado por completo. El filme termina allí: no hay más que agregar. May es la historia fársica del hundimiento de una personalidad enferma, de una víctima que, al tratar de convertirse en victimaria, sólo termina destruyéndose y consiguiendo así el fracaso final.
domingo, 18 de noviembre de 2007
Fotukas
Disfrute su película
Foto de Ingmar Prada
"No se puede pasar un rato agradable recordando cómo nos vieron la cara, pero es más desagradable olvidar lo que pasó si sigue teniendo consecuencias en nuestra vida".
Tomada sin permiso de:
www.flickr.com/photos/ingmarprada
www.flickr.com/photos/ingmarprada
jueves, 15 de noviembre de 2007
Cabaret Voltaire
El asesinato perfecto
Por Melissa Navarro
Dos muchachas adolescentes corren a través de un bosque a toda velocidad. Esquivando árboles y piedras, apartan con sus delicadas manos ensangrentadas las ramas que se atraviesan en su camino. Mientras avanzan cada vez más rápido por el abrupto terreno, lanzan aullidos desgarradores: ¡Mamá! ¡Mamá!...
La inquietante escena anterior pertenece al filme Heavenly Creatures (1994) dirigido por Peter Jackson. El neozelandés narra la historia de dos amigas cuya estrecha relación sobrepasa los límites de una mundana amistad. Las familias de ambas, al tratar de separarlas, desencadenan una serie de extraños eventos que culminan con el asesinato de la madre de una de las chicas….
Aristóteles afirmó que la tragedia existe para purificar el corazón por medio del terror y la piedad. Nada más trágico que destruir el origen de nuestra propia vida, pero un crimen como este ¿puede acaso despertar algo de piedad en nuestros tumultuosos espíritus? El terror sacude nuestros cerebros a la hora del sueño a un ritmo escalofriantemente delicioso. Así como un verso de cualquier poema de Rilke o la tela de un vestido dentro de una pintura de Ingres puede erizar nuestra piel, un asesinato perfectamente efectuado es capaz de alterar nuestros sentidos a ese mismo punto. Muchos estarán de acuerdo con el escritor inglés Thomas De Quincey, quien dice que el asesinato es considerado como una de las artes más sublimes (pero claro, qué puede decir sobre este “arte” un aficionado cuyo único intento de homicidio fue a su gato Tom), afirmando que sin quitarle su lado inmoral, una vez consumado el asesinato, no queda otra opción que analizar su lado estético. El asesino, como un verdadero artista, ejecuta su obra con sumo esmero y perfección.
Desde un principio, el asesinato ha ocupado un lugar respetable en los eslabones de la historia. A partir de entonces, el resto de las artes (pintura, literatura, danza, teatro, cine) han encontrado una importante fuente de inspiración en el asesinato. En esta ocasión tomaré al cine como referencia, ya que ha demostrado ser el espejo más fiel de este trágico arte.
Los personajes del alemán Fritz Lang se pueden considerar predecesores los más importantes asesinos seriales de la historia del cine. En su película M (1931), Lang trae de vuelta a las calles de un macabro Düsseldorf a uno de los asesinos más sangrientos de la historia. Peter Lorre personifica magníficamente a Peter Kürten, el verdadero artista, apodado no sin razón, El Vampiro de Düsseldorf. El ambiente de la cinta es turbador; los días parecen noches y las noches parecen negros agujeros contaminados de una histeria colectiva. Todos los habitantes del pueblo viven aterrorizados; la sombra del vampiro los acecha en cada esquina. Las niñas pequeñas son su más sublime musa. Fritz Lang estrenó su filme un año antes de que Peter Kürten fuera declarado culpable y degollado el 2 de julio de 1932.
Casi treinta años después, en 1960, Alfred Hitchcock trae a las pantallas una de sus grandes obras: Psycho. Thriller, madre de muchas otras cintas de horror psicológico, Psycho retrata la vida de Norman Bates, el tímido dueño de un motel. La personalidad de Bates es algo complicada. Algunas veces la voz de su madre se adueña de su cuerpo y otras, el acento taimado de Bates emite uno que otro gruñido. Su genialidad se refleja en el lugar que ha escogido para cometer sus crímenes: un motel perdido en alguna de esas largas carreteras que cruzan los Estados Unidos. Estando en ese punto ¿quién podría escuchar los gritos que lanzan desde la bañera algunas de sus víctimas?
Una típica escena de crimen: Una adolescente aparece ahogada en el río que cruza un bosque cerca de un pequeño pueblo norteamericano. En Twin Peaks (1990) la serie creada por David Lynch, el asesinato de Laura Palmer atrae a un agente del FBI a una “tranquila” población ubicada en el estado de Washington. El agente Cooper, adicto al café negro y fanático del pie de zarzamora, a lo largo de su investigación, va descubriendo ciertos misterios que indican que prácticamente todo el pueblo está implicado en el crimen de la joven. Twin Peaks es un escenario surrealista, sus habitantes parecen desplazarse en un plano distinto al del agente Cooper (aunque sus sueños con extraños enanos me hacen dudar en esta clasificación). Lynch nos plantea una historia terrorífica y absurda que gira alrededor de un crimen sencillo y magnífico a la vez.
Desde el punto de vista en que se vea, como arte, como ciencia o como placer social, el asesinato ha caminado junto a nosotros este largo trecho que hemos recorrido en el mundo; y sus personajes, víctimas, crudeza, belleza, vulgaridad, seguirán trascendiendo hasta que el último de nosotros escriba el párrafo final de este absurdo libro llamado humanidad.
La Silla del Director
Belleza Americana
la insoportable búsqueda de la felicidad
Belleza americana es una ácida crítica del sueño americano, donde con mirada sarcástica y desesperanzada se presenta a una familia burguesa de los suburbios de Estados Unidos, compuesta por un matrimonio desavenido y una confundida hija adolescente.
Dirigida por Sam Méndez y enmarcada en el cine independiente norteamericano, extrañamente acaparó los principales Óscares hace años. A la película no le falta nada: ni estética, ni contenido. Méndez expone, con notable virtuosismo, las modas derivadas; la mujer objeto, feroz militante de la autodisciplina del éxito; la pérdida del liderazgo masculino, y la contracara de un bucólico vecindario. La trama pone de manifiesto la hegemonía de las apariencias, carentes de sentido existencial; y más aún, carentes de afecto. En este "hogar, dulce hogar", sólo subsiste un vestigio iluminado de cariño cotidiano, acartonado por la rutina y las apariencias. Las riendas de la casa y de la familia no las lleva ni el padre, ni la hija, ni la mujer, sino las circunstancias que transforman a los personajes en esclavos de sí mismos, sometidos a los típicos clichés de la posmodernidad.
En el protagonista, el padre de familia encarnado por Kevin Spacey, se despierta la llama sagrada, es decir, la búsqueda desesperada por el sentido de la vida. Anclado en un pasado dorado, enmarcado en recuerdos y portarretratos, Lester Burnham intentará transitar el hoy a conciencia, aunque la mayoría de las veces no lo logre. En este sentido, podemos atestiguar cómo todos los protagonistas de esta cinta persiguen con desesperación una idéntica finalidad: ser felices. Como en otras cintas semejantes, pienso en Magnolia y, sobre todo, en Felicidad, los personajes principales se aferran con desesperación a la enésima esperanza, que se rompe y se fragmenta a medida que la Realidad los va convirtiendo en remedos de lo que alguna vez soñaron ser. Esto marca una diferencia con los personajes desesperanzados de filmes como Adiós a Las Vegas o La guerra de los Roses, que asumen su destrucción sin problemas.
Es notable la utilización de metáforas, pasajes oníricos y el fluir de la conciencia, como técnica utilizada por el protagonista, que opera como narrador testigo, y un meticuloso trabajo en la dirección de arte que, por ejemplo, cuenta con el detalle de reiterar los colores de la bandera estadounidense en todas las escenas clave.
El papel de los personajes secundarios no es menor respecto al de los protagonistas, encabezados por Kevin Spacey y Annette Bening. Un joven misterioso con cámara en mano a la caza de la belleza del mundo; un padre castrense y castrante que colecciona objetos nazis; una aspirante a Lolita liberada y presuntamente cachonda; y un exitoso amante, vendedor de bienes raíces.
Kevin Spacey es uno de los actores más complejos que trabajan en la actualidad en el cine estadounidense. Con esto no sólo quiero decir que es un actor brillante, sino que su personalidad evoca niveles de complejidad que van mucho más allá de las frías descripciones y diálogos del guión. Hasta hace poco parecía que este extraordinario actor iba a quedarse encasillado cómodamente en papeles secundarios de villano o genio. Es memorable su participación en la serie de televisión El astuto, donde encarnaba al criminal bipolar Mel Profitt; y en Seven, donde interpretó al psicópata John Doe. Hacía falta un papel como el de Belleza americana para consagrarlo definitivamente. Otras cintas donde aparece, como Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal o K-Pack, no han sido tan atendidas.
Es inútil tratar de describir con precisión Belleza americana. Baste decir que se trata de un estudio de dinámicas relacionales que toma la forma de una comedia negra, tal vez para suavizar un poco la ferocidad de los comentarios que se hacen sobre la disfuncional familia contemporánea y la sociedad que constituye.
El tema predominante es el mismo desprecio por las máscaras sociales que se usan continuamente para convencer a otros (y a nosotros mismos) de nuestro lugar en la sociedad y, en un contexto más amplio, en la humanidad. También denuncia con igual ironía el hecho de que en muchas ocasiones esas máscaras acaban convirtiéndose en la realidad, con el individuo original perdido en el mar de actitudes, inseguridades y pretensiones que plagan el rol social. Kevin Spacey hace un gran papel como el padre de familia cansado de dichas máscaras, pero con tal apatía que no hace nada para cambiar las cosas. No sólo presenta convincentemente al personaje, sino muestra su evolución de forma plausible, todo ello caminando en la delgada línea que separa al Hombre de la caricatura. Bastará el deseo de cambiar la grisura de su existencia para que Lester consiga colapsar todo su entorno: ese microcosmos no soporta el enfrentamiento con otras posibilidades existenciales. Al tratar de ser feliz, de recuperarse a sí mismo, de reconquistar a toda costa su dignidad perdida, Lester inicia, sin saberlo, su propia destrucción y la de todos sus seres queridos. William Boyd dijo en una frase de su espléndida novela Playa de Brazzaville: “Nunca seas demasiado feliz”. Lester, sin proponérselo, traspasa las fronteras de lo aceptable y consigue un rato de felicidad completa, furtiva y transitoria como siempre, pagando un precio altísimo por ello.
Anette Benning representa magníficamente a la esposa ensimismada en su mundo de ambición y apariencias, quien intenta llenar el vacío emocional con el sueño de ser una gran vendedora. La hija de este disfuncional matrimonio es la muy talentosa Thora Birch, quien junto con Mena Suvari demuestran ser actrices jóvenes con talento más allá de sus años.
Otro elemento que llama fuertemente la atención es la música; la banda sonora es muy eficaz en su tarea de puntualizar las emociones de los personajes y el dramatismo irónico de la trama. Las canciones que se usan no sólo ambientan perfectamente, sino que sirven de analogía a la personalidad de quienes las escuchan dentro de la trama. Memorable la escena con “American woman” de fondo musical.
Emparentada con pesadillas contemporáneas como El club de la pelea y Dogville, Belleza americana es una asombrosa cinta que logra una visión cínica y la vez cálida de la solitaria condición humana.
la insoportable búsqueda de la felicidad
Por Carlos Manuel Cruz Meza
Belleza americana es una ácida crítica del sueño americano, donde con mirada sarcástica y desesperanzada se presenta a una familia burguesa de los suburbios de Estados Unidos, compuesta por un matrimonio desavenido y una confundida hija adolescente.
Dirigida por Sam Méndez y enmarcada en el cine independiente norteamericano, extrañamente acaparó los principales Óscares hace años. A la película no le falta nada: ni estética, ni contenido. Méndez expone, con notable virtuosismo, las modas derivadas; la mujer objeto, feroz militante de la autodisciplina del éxito; la pérdida del liderazgo masculino, y la contracara de un bucólico vecindario. La trama pone de manifiesto la hegemonía de las apariencias, carentes de sentido existencial; y más aún, carentes de afecto. En este "hogar, dulce hogar", sólo subsiste un vestigio iluminado de cariño cotidiano, acartonado por la rutina y las apariencias. Las riendas de la casa y de la familia no las lleva ni el padre, ni la hija, ni la mujer, sino las circunstancias que transforman a los personajes en esclavos de sí mismos, sometidos a los típicos clichés de la posmodernidad.
En el protagonista, el padre de familia encarnado por Kevin Spacey, se despierta la llama sagrada, es decir, la búsqueda desesperada por el sentido de la vida. Anclado en un pasado dorado, enmarcado en recuerdos y portarretratos, Lester Burnham intentará transitar el hoy a conciencia, aunque la mayoría de las veces no lo logre. En este sentido, podemos atestiguar cómo todos los protagonistas de esta cinta persiguen con desesperación una idéntica finalidad: ser felices. Como en otras cintas semejantes, pienso en Magnolia y, sobre todo, en Felicidad, los personajes principales se aferran con desesperación a la enésima esperanza, que se rompe y se fragmenta a medida que la Realidad los va convirtiendo en remedos de lo que alguna vez soñaron ser. Esto marca una diferencia con los personajes desesperanzados de filmes como Adiós a Las Vegas o La guerra de los Roses, que asumen su destrucción sin problemas.
Es notable la utilización de metáforas, pasajes oníricos y el fluir de la conciencia, como técnica utilizada por el protagonista, que opera como narrador testigo, y un meticuloso trabajo en la dirección de arte que, por ejemplo, cuenta con el detalle de reiterar los colores de la bandera estadounidense en todas las escenas clave.
El papel de los personajes secundarios no es menor respecto al de los protagonistas, encabezados por Kevin Spacey y Annette Bening. Un joven misterioso con cámara en mano a la caza de la belleza del mundo; un padre castrense y castrante que colecciona objetos nazis; una aspirante a Lolita liberada y presuntamente cachonda; y un exitoso amante, vendedor de bienes raíces.
Kevin Spacey es uno de los actores más complejos que trabajan en la actualidad en el cine estadounidense. Con esto no sólo quiero decir que es un actor brillante, sino que su personalidad evoca niveles de complejidad que van mucho más allá de las frías descripciones y diálogos del guión. Hasta hace poco parecía que este extraordinario actor iba a quedarse encasillado cómodamente en papeles secundarios de villano o genio. Es memorable su participación en la serie de televisión El astuto, donde encarnaba al criminal bipolar Mel Profitt; y en Seven, donde interpretó al psicópata John Doe. Hacía falta un papel como el de Belleza americana para consagrarlo definitivamente. Otras cintas donde aparece, como Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal o K-Pack, no han sido tan atendidas.
Es inútil tratar de describir con precisión Belleza americana. Baste decir que se trata de un estudio de dinámicas relacionales que toma la forma de una comedia negra, tal vez para suavizar un poco la ferocidad de los comentarios que se hacen sobre la disfuncional familia contemporánea y la sociedad que constituye.
El tema predominante es el mismo desprecio por las máscaras sociales que se usan continuamente para convencer a otros (y a nosotros mismos) de nuestro lugar en la sociedad y, en un contexto más amplio, en la humanidad. También denuncia con igual ironía el hecho de que en muchas ocasiones esas máscaras acaban convirtiéndose en la realidad, con el individuo original perdido en el mar de actitudes, inseguridades y pretensiones que plagan el rol social. Kevin Spacey hace un gran papel como el padre de familia cansado de dichas máscaras, pero con tal apatía que no hace nada para cambiar las cosas. No sólo presenta convincentemente al personaje, sino muestra su evolución de forma plausible, todo ello caminando en la delgada línea que separa al Hombre de la caricatura. Bastará el deseo de cambiar la grisura de su existencia para que Lester consiga colapsar todo su entorno: ese microcosmos no soporta el enfrentamiento con otras posibilidades existenciales. Al tratar de ser feliz, de recuperarse a sí mismo, de reconquistar a toda costa su dignidad perdida, Lester inicia, sin saberlo, su propia destrucción y la de todos sus seres queridos. William Boyd dijo en una frase de su espléndida novela Playa de Brazzaville: “Nunca seas demasiado feliz”. Lester, sin proponérselo, traspasa las fronteras de lo aceptable y consigue un rato de felicidad completa, furtiva y transitoria como siempre, pagando un precio altísimo por ello.
Anette Benning representa magníficamente a la esposa ensimismada en su mundo de ambición y apariencias, quien intenta llenar el vacío emocional con el sueño de ser una gran vendedora. La hija de este disfuncional matrimonio es la muy talentosa Thora Birch, quien junto con Mena Suvari demuestran ser actrices jóvenes con talento más allá de sus años.
Otro elemento que llama fuertemente la atención es la música; la banda sonora es muy eficaz en su tarea de puntualizar las emociones de los personajes y el dramatismo irónico de la trama. Las canciones que se usan no sólo ambientan perfectamente, sino que sirven de analogía a la personalidad de quienes las escuchan dentro de la trama. Memorable la escena con “American woman” de fondo musical.
Emparentada con pesadillas contemporáneas como El club de la pelea y Dogville, Belleza americana es una asombrosa cinta que logra una visión cínica y la vez cálida de la solitaria condición humana.
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martes, 13 de noviembre de 2007
Churros y Chocolate
Suspenso. Intriga. Traición. Mentiras. Corrupción. Complot. Fraude. Tragedia. Todo en una sola película de la vida real…
¿Cómo demostrar de manera objetiva la construcción del fraude electoral del 2006?
Luis Mandoki lo hace. ¡Y lo hace cabronamente bien!
Después de ver la película Fraude: México 2006 no queda duda alguna: la silla presidencial se humedece con el sudor de nalgas ajenas.
Fraude es una película. No es un programa de televisión. No es un reportaje. No es un comercial. Es un gran documental en el que la calidad fotográfica y los formatos pasan a segundo plano para mantenernos con la boca abierta y llenarnos de coraje colectivo durante toda la función.
Enfrentarse a un tema así, como director, resulta prácticamente imposible. Más allá de lo peligroso del tema, pensar en capturar el material, recabar información, mostrarla en imágenes, organizarla. Cosa de locos. A cualquiera se le iría de las manos.
Luis Mandoki contó con un impresionante equipo de trabajo entregado al proyecto más que cualquier profesional asalariado: el pueblo mexicano. Con cámaras caseras, portátiles, celulares, de todo lo que se tenía al alcance, cientos de miles de ciudadanos grabaron los hechos en todo el país. Individualmente, no se les hizo mucho caso. ¿Qué puede hacer una camarita? Si acaso la máxima proyección sospechada sería subir la imagen al YouTube o algún sitio de Internet de resistencia y ya. Pero no. Ese gran equipo de filmación tenía un director: un Luis Mandoki que se topó con más material del que podría esperar. Con miles de corresponsales y cámaras prácticamente en cada casilla o punto de conflicto.
Una de las características principales del cine documental es precisamente darle voz a quien no la tiene. Esta película lo hace a caudales. Desde el pueblo oprimido al que las altas esferas no respetan robándole su voluntad, hasta el candidato a la presidencia más votado y a quien se le ha usurpado esa victoria. Tal vez López Obrador, de quien este documental demuestra ser el vencedor legítimo, tiene mucha participación en la película, tal vez excede su protagonismo pues a ratos sus monólogos, discursos y declaraciones se vuelven largos y hasta tediosos. Pero la narración demuestra que es importante y necesario escuchar lo que tiene que decir, conocer su punto de vista que no es televisado por los medios masivos de comunicación. Además, una vez que pasan estas cápsulas, el ritmo de la película se recupera y la cantidad de datos llenan nuestra mente de análisis y frustración.
Luis Mandoki conoce a profundidad este tema. Años le llevó hacer este documental. Con su anterior trabajo, ¿Quién es el señor López?, no sólo nos hizo conocer a ese político y empaparnos de los obstáculos que le rodearon en su campaña, sino que abrió una fuente inaudita de distribución masiva siendo quizás la película o serie mexicana más vista, obviamente no registrada en ningún sistema de rating. La película se pasaba de mano en mano, se vendía en las calles, en puestos de revistas, en la piratería o se regalaba en diversos puntos.
Esta vez, Fraude llega a los cines. A la gran pantalla. Y llega ofreciendo ver lo que la televisión no muestra: la verdad. Y me agrada mucho que el crédito principal y de letras grandes sea: “Una película de millones de mexicanos”, pues no se trata simplemente de un slogan publicitario, sino que hace honor a quienes de verdad hicieron la película y construyeron una nueva forma de hacer cine, un cine hecho por las masas. Un concepto de cine democrático. Un grito de millones que requieren atención.
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